RADIOGRAFIA por Roberto Subirana
¡GRACIAS, MACHOS!
Aclaremos: no eran ni los pibes, ni los chicos, ni los colimbas… Eran -y son- los machos que, a diferencia del generalato vernáculo, fueron a cumplir el mandato constitucional de defender a la patria, allí donde fuera necesario, con lo que tenían -que era muchísimo menos de lo que les faltaba- bajo órdenes de jefes que, en no pocos casos, tenían su misma edad o menos.
Fueron conscriptos, voluntarios, suboficiales, oficiales subalternos y algunos oficiales jefes que debieron emprender un desigual combate, en las peores condiciones, sin pertrechos, recursos, armamento adecuado, sin una conducción superior coherente y profesional, que, cada día, a cada paso, debían improvisar por su cuenta o guiados por los pocos oficiales que sí combatían hombro a hombro con ellos y que compartieron penurias e indignación. No obstante, aguantaron a pie firme hasta que no tuvieron con qué.
Por vigésima séptima vez les doy las gracias en nombre de todos los argentinos… Por vigésima séptima vez, también como argentino, les pido perdón… Perdón por no haber salido, el día posterior al de la rendición, a hacer tronar el escarmiento sobre las cabezas de los incompetentes, de los inútiles que creyeron que un conflicto bélico internacional real se podía conducir con la experiencia adquirida en unas cuantas noches de juego de TEG[i] y adivinando los siguientes movimientos del enemigo mirándolo a través del fondo de un vaso de whisky.
También pido perdón por no haber salido al cruce de los vehículos que los devolvieron, casi secretamente, al continente y a sus unidades de origen, repudiando la decisión del generalato de impedir a familiares y a la población, en general, rendirles el merecido homenaje que la sociedad le debe a sus héroes. La sociedad calló -o apenas murmuró- frente al escarnio de trasladar la vergüenza del fracaso a quienes habían triunfado sobre la ausencia de conducción, sobre la inferioridad numérica y tecnológica, sobre la inclemencia del clima, agravada por la falta de ropa y pertrechos adecuados, sobre la decisión de proteger recursos para evitar perderlos en los combates.
Pido perdón a los voluntarios civiles que se jugaron la vida junto a los combatientes, supliendo con su voluntad e iniciativa la ausencia de una conducción valiente y coherente, ajustada a las necesidades del momento.
Por último, pido perdón a los veteranos no reconocidos al presente, porque los funcionarios políticos -de ayer y de hoy- persisten en negarles el derecho que las leyes internacionales, la realidad y el sentido común les otorgan. Perdón porque nadie parece dispuesto exigirle al señor Néstor Carlos Kirchner -o a su actual sucesora- que cumpla con el compromiso que contrajo durante su gestión presidencial. Perdón a los 456[ii] que, desde 1982, se quitaron la vida, agobiados por el desinterés, el desentendimiento, la desprotección, la discriminación, de quienes tienen la obligación de honrarlos.
Sin embargo, aunque me tilden de utópico, sigo alentando la esperanza de que mi 28º agradecimiento no encierre la misma amargura que éste y los precedentes veintiséis.
Aunque no constituya solución alguna, les hago llegar mi más fuerte abrazo y mi constante solidaridad.
Buenos Aires, abril 2 de 2009.-
Roberto Subirana
[i] Juego de mesa, popularizado a partir de mediados de los ’60, en el que los participantes deben aplicar tácticas y estrategias de guerra (de ahí su nombre “TEG”) para vencer a un hipotético enemigo.
[ii] Tomemos conciencia que, durante los combates, perdieron la vida 326 efectivos. Finalizadas las acciones bélicas, llevaron a 456 combatientes, que habían logrado regresar a sus hogares, se suicidaron por la discriminación y desprotección, en todo sentido, a que fueron sometidos por las autoridades.
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