Hybris: el Sindrome de los políticos
15 de septiembre de 2010
En los últimos tiempos ha aparecido en el mundo, sobre todo en los países periféricos, una nueva clase de liderazgo. Un absolutismo que, encaramado en el poder desde la falsa concepción de la república, utiliza el método democrático para perpetuar un nuevo modelo de país, sometido a la tiranía de los peores. Entonces surgen personajes como Hugo Chávez o Néstor Kirchner en Sudamérica, que no preocupan al mundo ya que sus caprichos no suelen tener mayor relevancia internacional, pero que destruyen y desnaturalizan a sus propias naciones. Por Carlos Marcelo Shäferstein
A partir de la situación Argentina, cobró tanta actualidad aquí y ahora un artículo del médico inglés David Owen, que describía y criticaba la situación política de su país bajo Tony Blair, hace casi 10 años, inspirado -a su vez- en otra obra: Hybris: a study in the values of honour and shame in ancient Greece. (Fisher, Nick 1992. Warmister, Reino Unido: Aris & Phillips. ISBN 9780856681448) La traducción sería Hybris: Un estudio sobre los valores del honor y la vergüenza en la Grecia antigua.
Se preguntaba el autor: ¿Por qué George Bush, con toda la ciudadanía e incluso miembros de sus propios gabinetes en contra, decidió invadir Irak? ¿Por qué perdió el contacto con la realidad e hizo caso omiso a los informes de Inteligencia que decían que allí no había terrorismo? El neurólogo David Owen cree que parte de la culpa fue del síndrome de Hybris, un trastorno común entre los gobernantes que llevan tiempo en el poder.
Porque fueron los griegos los primeros que utilizaron la palabra hybris para definir al héroe que lograba la gloria y [de allí viene la palabra] "ebrio" de éxito se empezaba a comportar como un Dios, capaz de cualquier cosa.
Este sentimiento le llevaba a cometer un error tras otro. Como castigo al Hybris está la Némesis, que devuelve a la persona a la realidad a través de un fracaso. En el derecho griego, la hybris se refiere con mayor frecuencia a la violencia delirante [ebria] de los poderosos hacia los débiles. En la poesía y la mitología, el término fue aplicado a aquellos individuos que se consideran iguales o superiores a los dioses.
Hybris es a menudo aplicado como término peyorativo en política. Como la hybris está relacionada con el poder, suele ser usado por personas relacionadas con partidos políticos de la oposición contra aquellos que ostentan una cuota de gran autoridad temporal que no desean resignar.
El historiador británico Arnold J Toynbee, en su voluminosa Introducción al Estudio de la Historia (12 tomos), introdujo y utilizó el concepto de hybris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones, como variante activa de la némesis de la creatividad.
Neville Chamberlain, Hitler, Margaret Thatcher en sus últimos años, George Bush o Tony Blair son sólo algunos de los líderes que han sucumbido al Hybris, un problema que no está caracterizado como tal por la medicina, pero que tiene síntomas fácilmente reconocibles, entre los que destacan una exagerada confianza en sí mismos, desprecio por los consejos de quienes les rodean y alejamiento progresivo de la realidad.
Las presiones y la responsabilidad que conlleva el poder termina afectando a la mente, explicaba Lord Owen al diario Daily Telegraph, que ha recogido en su nuevo libro In Sickness and in Power (En la enfermedad y en el poder) las conclusiones de 6 años de estudio del cerebro de los líderes políticos. El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes, dice en su libro. [http://www.telegraph.co.uk/]
Llega un momento en que quienes gobiernan dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su cuenta, sin consultar, porque piensan que sus ideas son las correctas. Por eso, aunque finalmente se demuestren erróneas, nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando que están en la senda correcta. Son megalómanos.
En efecto la megalomanía es un estado psicopatológico caracterizado por los delirios de grandeza, de poder, de riqueza u omnipotencia -a menudo el término se asocia a una obsesión compulsiva por tener el control. La palabra deriva de 2 raíces griegas, manía (obsesión) y megas (grande). A veces es un síntoma de desórdenes psicológicos como el complejo de superioridad o la compulsión eufórica, donde el sujeto aquejado de esta perturbación tiende a ver situaciones que no existen, o a imaginarlas de una forma que sólo él termina creyéndose. Las puede emplear para manipular sentimientos y situaciones de cualquier tipo. Es un mal estudiado por los especialistas desde tiempos muy remotos. Los ejemplos históricos más comunes están dados por los emperadores más crueles, los monarcas absolutistas o los dictadores.
Una persona más o menos normal se mete en política y de repente alcanza el poder o un cargo importante. Internamente tiene un principio de duda sobre si realmente tiene capacidad para ello. Pero pronto surge la legión de incondicionales que le felicitan y reconocen su valía. Poco a poco, la primera duda sobre su capacidad se transforma y empieza a pensar que está ahí por méritos propios. Todo el mundo quiere saludarle, hablar con él, recibe halagos de belleza, inteligencia… y hasta seduce.
Esta es sólo una primera fase. Pronto se da un paso más en el que ya no se le dice lo que hace bien, sino que menos mal que estaba allí para solucionarlo y es entonces cuando se entra en la ideación megalomaniaca, cuyos síntomas son la infalibilidad y el creerse insustituibles. Es entonces cuando los políticos comienzan a realizar planes estratégicos para 20 años o más, como si ellos fueran a estar todo ese tiempo, hacer obras faraónicas o a dar largos discursos, peroratas y disertaciones sobre temas que desconocen.
Pero no queda aquí la cosa. Tras un tiempo en el poder, los afectados por el hybris padecen lo que psicopatológicamente se llama desarrollo paranoide.
Todo el que se opone a él o a sus ideas son enemigos personales, que responden a envidias. Puede llegar incluso al trastorno delirante, que consiste en sospechar de todo el mundo que le haga una mínima crítica y a, progresivamente, aislarse más de la sociedad.
Y, así, hasta el cese o pérdida de las elecciones, donde, tras el derrumbe repentino de su castillo de naipes, se desarrolla un cuadro depresivo ante una situación que no comprende, concluye el artículo científico publicado en Londres.
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