La Argentina espera nuevos vientos políticos
El fin de un ciclo
Abel Posse
Para LA NACION
Para LA NACION
¿La Argentina es un pasado o un país? Witold Gombrovicz, 1963
Se acaba la campaña política. El estruendo publicitario no pudo ocultar el silencio de debate y propuestas. Aunque se trate de una instancia legislativa, lo que hoy está en juego es el voto de desconfianza ante la grotesca conducción gubernamental, de un consorte todopoderoso y de una presidenta fantasmal, casi virtual en lo que hace a la decisión de los problemas nacionales.
La mayoría electoral siente que la extraña pareja está siendo abandonada por los dioses antárticos que los elevaron adonde nunca debieron estar. Los argentinos sentimos que esta vez no somos víctimas solamente de la mala política o de una deshonesta administración, como tantas veces, sino de una sorpresiva irrupción de psicopatología política.
Ya no es un problema de ineptitud ni de lógicas erradas. Estamos más allá, en el absurdo.
Primero se dejaron de respetar las instituciones: la Iglesia, las Fuerzas Armadas, las fuerzas policiales y judiciales, garantes del orden público. Enseguida sobrevino la suicida demolición de la fuerza productora más eficaz en esta crisis mundial, que es la del campo, con toda la vasta red de intereses colaterales, esa trama de vitalidad y existencia que va mucho más allá del esquema exclusivamente económico. Y ahora está en jaque el poder industrial, con la invasión de empresas a partir de los fondos tomados a las AFJP.
Tal vez, como lo afirmó una candidata, se lleva al campo a la desesperación, creando un mercado de precio bajo para acumular miles de hectáreas y consolidar un enorme fideicomiso exportador de primera importancia mundial.
K es más bien un leninista aficionado, suburbano y tenaz. Acapara los "medios de producción" con sus amigos (tierras, empresas intervenidas, sistema financiero, telecomunicaciones, minería), pero su fin no es la creación de un socialismo, sino de un sistema económico similar al de una gigantesca corporación. No quiere ser Lenin, sino alguien como Slim. Parece que quisiera un superpoder económico personal y dejar la economía por encima de la política. Es un delirio de supercapitalista. De un Rockefeller de las pampas.
Pero la crisis se le adelantó a su adelantamiento de las elecciones de octubre. Como un conspirador ingenuo, la bomba le estalló entre las manos antes de tiempo.
Aunque parezca extraño, su verdadero designio era el de un capitalista empedernido. Y no se cumplió su sueño, pero nos quedaron realidades de pesadilla.
Todos nosotros estamos inmóviles, en una democracia secuestrada. Por eso estas elecciones conllevan una esperanza de renacimiento.
Somos, internacionalmente, un mamarracho. Un país perturbador, agresivo. Un país rico que juega a la miserabilización (pero en el que se enriquecen amoralmente sus dirigentes). Nadie puede entender nuestra autodestrucción. Tomamos nota en exclamaciones teleperiodísticas cotidianas, pero seguimos inmóviles, sin poder actuar, paralizados por el ángel exterminador de Buñuel.
Alfonsín dijo que con la democracia se vive, se come y se educa. Pero su democracia impotente llevó a su gobierno a una hiperinflación monstruosa y tuvo que abandonar el poder anticipadamente. Ahora, en esta descarada seudodemocracia K, se roba, se padece pobreza y hambre para un tercio de la población y los padres de familia pueden morir asesinados por chicos que les vacían el cargador con los ojos nublados por el paco que todas las madres angustiadas saben dónde se vende (pero no los fiscales, los policías ni los intendentes).
No basta lo que los argentinos creen que es democracia . Se necesita coraje para gobernar y enfrentar el mal y la infamia. Los asesinos de ayer, en un verdadero triunfo gramsciano a través de la ambigüedad y el culpismo ideológico de Kirchner, lograron que hoy no haya policía actuante, como en todos los países del mundo. El policía sale a la calle con más temor a tener un proceso y un castigo administrativo que los jóvenes asesinos, apañados por los garantistas que pagan el lujo de su humanismo con la vida de los otros, los que mueren cada día o se refugian en sus casas enrejadas.
La ministra Argibay, que defendió emocionada ante la TV a los pobres chicos asesinos, debería estar informada de lo que pasó en 1932 en la Rusia soviética con las bandas de jóvenes criminales, producto del desastre de las campañas socializantes contra los pequeños propietarios agrarios. Eran los llamados "niños lobo". El Politburó estableció que no eran niños asesinos, sino asesinos niños que había que combatir con toda energía y luego recuperarlos, si se podía. Establecieron que eran imputables a partir de los doce años. La ministra debería leer lo que ocurrió en China en 1949 con la asunción de Mao y en Estados Unidos en los años 30. El interés prioritario por defender es la vida del inocente; luego vendrá la recuperación del criminal.
Lo grotesco y la cobardía ganaron esta campaña electoral. Sin embargo, el pueblo al votar va a unificar lo que no supieron unir los políticos, cuyo egoísmo, en algunos dirigentes de la oposición, los llevó a atacar más a los de su vereda que a K mismo, pensando en posiciones para el futuro, en 2011.
Como la única fuerza organizada y con evidente gobernabilidad nacional es el peronismo, algunos se esmeraron en crear un complot, o mejor una farsa, en la que Macri, Reutemann, Puerta, Romero, Duhalde, Rucci, Solá, los Menem, Venegas, De Narváez, Busti, los de la CTA, etcétera, no esperan otra cosa que el 29 para invitar después de su triunfo a los Kirchner a tomar champagne (o sidra, si fuera el caso). Ojalá que a la doctora Carrió no se le ocurra organizar el ágape.
Con discusión de proyectos o no, el pueblo sabrá elegir mejor que los candidatos que apoya. Elegirá el fin de un ciclo. Se iniciará un período difícil y creador. La Presidenta deberá asumir la plenitud del poder con que la inviste la Constitución y abrir el gran diálogo nacional para iniciar, finalmente, el camino de arranque fecundo que esperamos de nosotros y el mundo espera de la Argentina.
Sin diálogo abierto con todos los sectores de la vida nacional, el gobierno de Cristina Kirchner quedaría en calidad de gobierno de transición. Los problemas son demasiado urgentes y no hay dilaciones. Se nos vienen encima las amenazas de crisis extrema que previó Kirchner cuando adelantó el plazo electoral.
Pero lo más terrible después del 28 sería la posibilidad de que un autoritarismo benigno virara a formas intimidatorias y hasta violentas. No es de descartar, porque el llamado "modelo" puede dar motivo a una agudización chavista, en el sentido de medidas intervencionistas y movilizaciones intimidatorias. Más allá de los conocidos grupos que puede movilizar K para transformar su derrota en falso triunfo plebiscitario, será de extrema importancia que la ciudadanía exprese su triunfo nacional masivamente, autoconvocándose para demostrar en la calle su victoria. Esta demostración en la noche del 28 tendría un gran poder disuasivo ante la prepotencia.
El país está intacto para enfrentar con las mejores posibilidades este tiempo de crisis. La conducta aislada y superada de K no puede persistir al quedar rechazada por la gran mayoría nacional y la Presidenta queda enfrentada a la obligación de conducir con un nuevo estilo y desde el consenso imprescindible.
Una secreta fe recorre la Patria, humillada y vejada por la patanería y la incalificable destrucción de su riqueza más comerciable en esta crisis mundial y nacional. Hay que responder al amigo Gombrovicz, que se iba a Catamarca a buscar la pureza de la Argentina profunda cuando lo intoxicaba la tilinguería de Buenos Aires.
Gombrovicz: usted quería a la Argentina y se indignaba con ella, como nosotros. Pero no somos un pasado ni una rémora. Somos como esa Ferrari Testarossa que un palurdo ganó en una rifa de fin de año y no sabe ponerla en marcha. Somos un purasangre maneado que ansía lanzarse otra vez a galopar con el viento levantándole las crines y zumbándole en las orejas. Queremos volver a ser el país en el que usted desembarcó viniendo de la Polonia asolada, exterminada por el terror, y donde encontró la paz de sus partidos de ajedrez en la confitería del Rex o en La Fragata.
La Argentina quiere volver a su felicidad. A ese país primero posible y después grande que en tres décadas se ubicó entre los diez más exitosos países del mundo y donde se creó un sistema educativo que acabó con el analfabetismo en el nivel nacional, antes que Estados Unidos y la misma Francia, como lo acaba de declarar Vargas Llosa.
No queremos administradores tristes. Queremos convocarnos con un viento de fe y de grandeza. Queremos un Renacimiento y no una administración de la mediocridad. Queremos esa pasión que unió a Roca, a Yrigoyen, a Perón, a Frondizi. Un sentimiento compartido de Patria.
Las elecciones aparentemente menores del 28 de junio son para nosotros el fin de un ciclo de resentimiento y la apertura hacia esa llamarada, esa voluntad de gran destino que hizo de este país una maravillosa posibilidad de vida, pese a las contradicciones y los límites de la condición humana en su universalidad.
El autor es novelista y diplomático
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de FCV
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